Este texto es una breve biografía literaria construida a partir de artículos y entrevistas hechas a Peter von Tiesenhausen a la luz de su obra Lifeline. La ficción se limita a la construcción de una crónica en la que confluyen y se editan declaraciones dispersas del artista en una sola pieza: un retrato fiel y en primera persona que da cuenta de sus actos y su pensamiento. Las fuentes consultadas se encuentran al final del texto. Este escrito es un fragmento de un diálogo y fue comisionado para el número 4 de la Revista Naturaleza y Sociedad que trató sobre Los derechos de la naturaleza: diálogos entre el derecho y las artes. El número completo de la publicación puede ser visto aquí > https://revistas.uniandes.edu.co/toc/nys/4
Mi nombre es Peter von Tiesenhausen. Los alemanes del Báltico se asentaron en Estonia durante las Cruzadas, 700 años después mis antepasados perdieron la propiedad de sus tierras y mi familia tuvo dos semanas para desalojarlas en los primeros días de la Segunda Guerra Mundial. El pacto de “no agresión” entre Hitler y Stalin asignó a Estonia a la esfera de influencia soviética y tuvimos que partir. Mi familia vino a Canadá, mi primera lengua fue el alemán. De joven canadiense yo vestía los lederhosen, esos pantalones cortos campesinos de tirantas y cuero curtido propios de mis ancestros europeos. La idea de ser un pueblo desplazado siempre estuvo en mi conciencia.
Yo tenía 6 años cuando mi familia se mudó al pequeño poblado de Demmitt, en la provincia de Alberta en Canadá. Al crecer vi cambios drásticos en el paisaje, vi cómo la industria petrolera y forestal lo devastó.
En 1982 volví al territorio de mi familia luego de hacer un pregrado en arte con énfasis en pintura en Calgary y cuando cumplí 20 años le compré a mi padre un pedazo de tierra que había querido desde niño. Años más tarde construí ahí mi estudio de artista con vista a la inmensidad de un apartado rural de 800 acres. Es un arraigo increíble el que siento por este sitio, tengo un sentido de protección del lugar.
En un principio yo era un pintor de paisajes que intentaba describir la tierra, pero empecé a hacer cosas en la tierra y esto me llevó a intentar tener una relación con el suelo natural sobre el que me encuentre. En la actualidad eso puede significar ir a una exposición diez días antes solo con mi hacha para hacer una obra in situ y crear a partir de los detritos encontrados en los alrededores.
Recuerdo que de niño conocí el monte como era antes de que lo desbrozaran. Mi padre era un agricultor que intentaba salir adelante en tierras marginales. Una condición para acceder al título de propiedad en esta zona agreste era el desarrollo agrícola del terreno asignado por el gobierno. Ese trabajo fue el que le proporcionó un medio de vida a nuestra familia y la tala de los árboles significó que pude recibir una educación. Me doy cuenta de esto ahora que tengo 63 años; mi padre tenía 67 años cuando murió, y ahora tengo una perspectiva de estas cosas.
Yo intento mantener abierto el terreno que mi padre despejó, pero en algunas de las zonas que fueron taladas ahora hay un bosque vivo sobre el que prefiero no actuar. He dejado de lado algunas de las batallas que libré durante años, pues veo que la naturaleza es bastante resistente y se deshará de nosotros si lo necesita.
Vivo en este terreno con mi familia y sospecho que el efecto de la devastación forestal y petrolera se ha extendido a ellos. Hubo una fuga en la planta de gas justo al final de la carretera que se filtró durante diez años. ¡Diez años! Y me quejé un mínimo de veces por semana. Durante ese tiempo mi hijo nació con un defecto cardíaco congénito, por lo que fue operado. Y ahora va en su cuarta operación, la primera fue a los 3 meses; la segunda, a los 3 años; la tercera, a los 15; y luego otra a los 21.
Cada vez que me quejaba intentaban averiguar qué era, y siempre decían: “Sí, hay SO2 y otras sustancias químicas en el aire, pero están bien dentro de las directrices de Alberta”. Entonces, vale, mi mujer tiene arcadas en el jardín, mi hijo nace con un defecto cardíaco congénito y mi otro hijo desarrolla asma. Creo saber de dónde viene este malestar, pero no puedo probarlo. Los estudios no se hacen porque no quieren descubrir que es un problema. ¿Algunas personas son más sensibles a la contaminación? Bueno, eso tal vez solo sea un costo más del negocio, dicen ellos, los de las industrias energéticas que le roban energía a mi familia.
En 1990, al instalar los postes para construir una valla en un terreno, sentí un leve cambio interno, tuve una intuición, “esto será algo que haré por el resto de mi vida”, pensé. La regla que me impuse es sencilla: cada año que esté vivo, usaré los mismos materiales y haré la misma acción: cortes de madera de dos por cuatro, uno por cuatro, clavos, un poste de valla tratado, algo de pintura blanca. Dos metros de valla cada año, una línea de cercado inútil, pues no cierra nada: está abierta al vacío.
La pieza se llama Lifeline. El costado izquierdo evoca el ideal territorial de un cercado blanco y doméstico, pero al caminarlo hacia la derecha la pintura se descascara, la cerca de madera se inclina y los árboles, los álamos, se abren paso, vencen con lenta persistencia la pretensión humana de dominio y sobresalen en el terreno. Está claro, esa valla no estará ahí dentro de cien años.

Lifeline, por Peter von Tiesenhausen. Fotografía: cortesía del artista.
Durante un tiempo mi trabajo fue el de talar miles de árboles con excavadoras, pasé catorce años trabajando como operador de maquinaria pesada para grandes empresas petrolíferas y de construcción en todo el mundo. Nunca me pareció bien ese abuso de la tierra. Me di cuenta de que no era sostenible. Ahora soy artista, cambié de destino, pasé de un trabajo bien remunerado a la mirada ociosa del arte, esto tuvo efecto en mis ingresos económicos, pero no hay manera de que vuelva a esa labor.
En 1996 vino a nuestro terreno un negociador de tierras, un tipo importante de la empresa Alliance Pipeline, y nos habló de tender una tubería para transportar gas altamente tóxico a través de la propiedad. Yo llevé al hombre de negocios a recorrer el lugar, le mostré Lifeline. “Esto no es solo un campo o un bosque”, le dije, “es una obra de arte. Estas cosas que he hecho no están aisladas del entorno”.
El primer oleoducto que permitimos era solo para un pozo, e intenté luchar contra él; pedimos condiciones, que dijeron que cumplirían. Y luego, cuando llegó el papeleo, resultó que nos habían engañado totalmente, y no cumplieron la mayoría de las cosas que habíamos pedido, pero éramos ingenuos y confiábamos en la gente. Una de las cosas estipuladas en el contrato era que nunca podrían volver a ese lugar; si había un problema con el oleoducto, lo cerrarían y eso sería todo. Y años más tarde nos dijeron que iban a volver a entrar. Y nosotros dijimos, no, tenemos el contrato, y miramos el contrato y, por supuesto, esa condición nunca estuvo ahí. Así que decidimos que ya era suficiente.
Años después vinieron los de ConocoPhilips, la mayor empresa privada mundial en exploración y producción de energía, y nos ofrecieron una gran cantidad de dinero para dejar pasar un oleoducto por su tierra. A esos embajadores del oleoducto les expliqué que alterar el suelo de cualquier manera, por ejemplo, cavando una zanja para colocar una tubería, constituiría una infracción de los derechos de autor.
Ellos respondieron en el lenguaje numérico que conocían, nombrando una cifra realmente grande, probablemente nos ofrecieron diez veces más de lo que ofrecían a los vecinos, y obviamente éramos artistas pobres, tratando de ganarnos la vida aquí y criando a un par de niños, y viviendo prácticamente bajo el umbral de la pobreza durante muchos años. Lo consulté con mi compañera Teresa y me dijo que hiciera lo que tuviera que hacer, lo que fuera. Y volví donde el negociador y le dije, sabes, me mantengo en mi sitio. No vas a pasar. Y lo primero que dijo el negociador fue: ni siquiera me gusta su arte, pero tengo que comprar algo, porque nunca he visto nada como esto antes.
Ver una tubería de esas sobre el terreno sería una cicatriz en el paisaje, la memoria de una herida vergonzante, entonces siempre sabría cuál fue mi punto de venta, miraría eso durante el resto de mi vida y sabría lo que valgo, cuáles son mis valores. Esta decisión fue una de las mayores bendiciones que he tenido en mi vida: sé a qué atenerme y en qué creo de verdad. He sido puesto a prueba.
ConocoPhilips nos recordó que el derecho de propiedad se limita a la superficie y que, según la legislación canadiense, la propiedad solo se extiende hasta 15 centímetros de profundidad. El gobierno provincial es el propietario de las riquezas que hay debajo. Al igual que en Estados Unidos, el Estado conserva los derechos para vender los recursos minerales. Por ley nos podrían obligar a permitir el ingreso de la empresa a la propiedad bajo una compensación económica acordada para indemnizar el daño.
En mi práctica como artista y en charlas públicas sobre mi trabajo comencé a intuir una estrategia para enfrentar las pretensiones de las empresas energéticas. Si hago un cuadro, tengo los derechos de autor de ese cuadro. No puedes cambiarlo, puedes comprarlo, pero no puedes usarlo para publicidad a menos que te venda los derechos de autor. Y no puedes cambiarlo sin mi consentimiento, ¿verdad? Eso era todo lo que tenía que hacer hasta donde yo sabía.
¿Cómo se puede ser dueño del cielo? Del mismo modo, reconocer los derechos de autor sobre la tierra es absurdo. Y, sin embargo, estoy dispuesto a negociar con tales absurdos: si la agroindustria puede registrar los derechos de autor de una semilla, yo, Peter von Tiesenhausen, puedo registrar los derechos de autor de un territorio trabajado como arte por un artista. Tal vez este batallar jurídico permita reconocer a una naturaleza con derechos y, a la vez, comprender el lugar y la escala que ocupamos en la construcción de esa geografía cultural.
Una de las piezas realmente importantes en mi tierra era esta valla blanca. La valla de piquetes está probablemente a 100 metros o menos de donde querían construir este oleoducto. Tengo la intención de ampliarla dos metros cada año durante el resto de mi vida, y lo he hecho durante todos estos años. Esto me hizo pensar, ¿dónde termina esta pieza? ¿Termina en la estructura real de la valla o en las cosas que crecen a su alrededor, que crecen a través de ella, que forman parte de la fotografía, de la documentación? En ese momento me di cuenta de que la valla, y las demás esculturas y piezas e incursiones y obras conceptuales, era en realidad parte integrante de ese terreno y de mi práctica.
Unos meses después, a pesar de que yo había declarado que el territorio estaba amparado como una obra de arte bajo la regulación de los derechos de autor, trabajadores de ConocoPhilips entraron sin permiso a la propiedad y dañaron dos pequeños árboles que soportaban intervenciones artísticas. Los acusé de infringir los derechos de autor. Y ellos dijeron, sí, claro, lo que sea. Y yo tenía un buen asesor que resultó ser un abogado de derechos de autor, cuyo nombre no mencionaré, pero me escribió unas diez páginas de jerga legal y realmente cambió el tono de los abogados de ConocoPhilips.
El reclamo se hizo ante la Junta de Servicios de Energía de Canadá. Ante esa autoridad los representantes de ConocoPhillips declararon que “el Sr. Von Tiesenhausen podría interponer una acción de derechos de autor en relación con su proyecto a pesar de la aprobación de la Junta para construir y explotar la instalación”.
En el acta quedó así mi posición como artista:
El Sr. Von Tiesenhausen también dijo que impactos como la quema y el escape de olores se entrometerían en sus tierras y socavarían la integridad y el mérito de sus obras de arte. Explicó, mediante una presentación de diapositivas sobre la evolución y la naturaleza de su obra, que era la pureza de la naturaleza la que daba forma a su arte, era esencial para su creación y efecto en el espectador. Mostró que muchas de sus piezas se instalaron en sus tierras, como la línea de vida, la torre de sauce de 45 pies de altura en el bosque, los barcos de hielo y la zanja en el estanque, las vainas colgantes en los árboles y el barco de sauce en el campo de heno.
El Sr. Von Tiesenhausen reclamó la protección de los derechos de autor de sus cinco cuartos de parcela basándose en que su obra artística era inseparable del terreno. Explicó que sus tierras proporcionaban la inspiración, los materiales y el entorno de su obra, y que, esencialmente, era la relación entre los objetos que construía y el entorno natural lo que constituía su obra original como expresión creativa. El Sr. Von Tiesenhausen sostuvo que los derechos de autor, y en particular los derechos morales asociados a los derechos de autor, inmunizaban sus tierras y las obras de arte instaladas en ellas del ruido, la luz, los olores, las emisiones, las llamaradas y otros impactos intrusivos creados por las instalaciones de petróleo y gas situadas en los terrenos vecinos.
Y aproveché para mencionar un precedente:
El Sr. Von Tiesenhausen relató que fue el ejercicio potencial de sus derechos morales lo que obligó al oleoducto Alliance Pipeline, con un gasto considerable, a desviar una sección de la línea fuera de sus tierras. Confirmó que nunca había tenido ocasión de hacer valer esos derechos ante los tribunales. Cuando se le pidió que comentara el efecto de la autopista 43, que estaba muy cerca de la mayoría de sus tierras, sobre su trabajo artístico, el Sr. Von Tiesenhausen respondió que era una cuestión más compleja debido a la diferencia entre la extracción de recursos para beneficio privado y el beneficio público derivado del uso de las carreteras públicas. El Sr. Von Tiesenhausen pidió a la Junta que denegara la solicitud porque el proyecto infringiría los derechos morales que forman parte de los derechos de autor de sus tierras.
El dictamen final de la junta fue el siguiente:
Con todo respeto, la Junta no está de acuerdo con la opinión del Sr. Von Tiesenhausen sobre la aplicabilidad de los principios de los derechos de autor a los deberes estatutarios de la Junta. La ley de derechos de autor, su naturaleza, alcance y su aplicación se rigen por la Ley de Derechos de Autor, que establece los derechos económicos y morales asociados a la obra intelectual y creativa original, los derechos económicos y morales asociados al trabajo intelectual y creativo original, así como los recursos disponibles de la infracción de estos derechos. Según las disposiciones de la parte IV de la Ley de Derechos de Autor, es que los tribunales, tanto federales como provinciales, tienen competencia para determinar las cuestiones relativas a los derechos de autor, incluida la existencia de derechos de autor, si se ha producido una infracción y, en caso afirmativo, la solución adecuada. La Junta está de acuerdo con el solicitante en este sentido.
El caso se resolvió por fuera de los tribunales, el acuerdo llevó a que ConocoPhillips reconociera la propiedad como una obra de arte viva. Los críticos de la negociación sostienen que no son necesariamente mis pretensiones como artista las que impiden que los intereses de las empresas energéticas interfieran en mi propiedad, sino la perspectiva de una larga y prolongada batalla judicial que, en este caso, le traería un perjuicio a la imagen pública de esa industria.
Sea lo uno o lo otro, el hecho es que con esta acrobacia jurídica aumentó la cantidad de compensación que potencialmente tenemos derecho a exigir a cualquier empresa que quiera acceder al terreno. Ahora, en lugar de unos US$ 200 al año por las pérdidas de las cosechas, tendrían que pagarnos unos US$ 600 000 o más en concepto de alteración de la propiedad artística.
En estos años hemos recibido nuevas propuestas y hemos sido amenazados con nuevas demandas, pero ninguna empresa de petróleo y gas se ha arriesgado a un juicio en el que el ganador se llevaría todo y, en caso de sernos favorable, sentaría un precedente que atraería la atención del público y haría reflexionar a otros propietarios.
No pretendí que esto fuera una pieza política, era solo una pieza, una idea cuyo seguimiento en algún momento se convirtió en algo poético, dices: “Un momento, ¡la valla los detuvo de verdad!”. Pero la valla en realidad no encierra nada. Es solo una línea recta. Y está marcando algo que en realidad no se puede marcar, que es el tiempo. Y un día desaparecerá, al igual que yo. La tierra cambiará, pero fue esta loca ironía la que entró en juego cuando estaba allí con esos negociadores del petróleo. Este proceso nos ha dado la confianza para decir que en esto el arte es una empresa tan legítima como la de la industria. Podemos empoderarnos. Podemos defendernos. Llevamos un negocio.
Estar estrechamente ligado a la tierra también conlleva una mayor conciencia de las amenazas medioambientales, y esas amenazas siguen acechando. La majestuosa arboleda de pinos, bajo la cual construí mi casa familiar, fue derribada por el azote del escarabajo del pino que está devastando los bosques de pinos en toda Alberta y la vecina Columbia Británica. ¿La razón de la infestación? Muchos más escarabajos sobreviven a inviernos más suaves a causa del calentamiento global.
La necesidad de utilizar la madera antes de que se pudra, el deseo de revitalizar la aldea de quince familias en la que vivo y la posibilidad de obtener fondos de estímulo canadienses me llevaron a hacer un paréntesis de cuatro años en la creación artística. Veo los árboles muertos por el escarabajo, el declive rural y el colapso económico en términos artísticos, como si fueran una paleta con pigmentos. El cuadro que esperaba crear sería el centro comunitario más sostenible que jamás se haya visto, y nada menos que en medio de una zona petrolífera, con gigantescos pozos de arena de alquitrán a pocos kilómetros de distancia y un foco de gas natural bajo sus pies.
En un principio rechazamos los fondos de estímulo, pero acabé convenciendo a los burócratas del gobierno con una persistente campaña de correos electrónicos en la que se mostraban fotos bucólicas de caballos cosechando los pinos muertos por el escarabajo. El Centro Comunitario Demmitt se inauguró en 2011 con un concierto que reunió a 300 personas, y que hizo huir a otras 200, en una sala con estructura de madera construida con embalajes de paja, un suelo de gimnasio reciclado y madera con el revelador tono azul propio de la infección del escarabajo del pino.
Para cada nuevo encuentro con las empresas energéticas uso la misma fuerza del lenguaje mercantil de las empresas que combato y les devuelvo un golpe de la misma magnitud. Les exijo 500 dólares por hora. Ellos pagan. Las reuniones son muy cortas y ya no lo hacen tan a menudo como antes. Me reúno con presidentes de compañías petroleras. Les muestro que soy un tipo que intenta sacar adelante algo que es honesto y válido. Es lo que entienden. La compañía petrolera quería cruzar con un oleoducto. Y yo dije: ¡No! Y me dijeron que no tenía ninguna opción porque nosotros somos los dueños de los 15 centímetros superiores y ellos son los dueños de todo lo que hay debajo, los derechos minerales, etcétera. Así es como funciona en Canadá. Y yo dije: “Puedes poner tu tubería siempre que no perturbes la superficie”. Por supuesto, es bastante imposible o muy caro. Pero no es un campo o solo un bosque, ¡es una obra de arte! Y se dieron cuenta de que tenía un caso. Así que durante los últimos años me han dejado en paz.

Lifeline, por Peter von Tiesenhausen. Fotografía: cortesía del artista.
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