24 pinturas


24 pinturas, 30×30 cm, óleo sobre lienzo, 1996-2019



De lo que no se puede hablar, hay que callar, decía el filósofo. …. Del arte, como del amor, no se habla sino que se hace, decía otra.  Y del arte abstracto, especialmente, no se habla, porque es abstracto, y es para mirar.

En términos de producción, Lucas tiene muchas cosas claras. Los dibujos son figurativos, y son de gente chistosa. Series diferentes, y en cada una hay un tamaño de papel, hay una técnica y un estilo particular. Cada serie dura varios años, hasta que aparece una nueva, con otro estilo, con otra gente chistosa. Los ensamblajes, pintados de blanco texturadito, reminiscentes de Cy Twombly. Luego hay otra nueva serie escultórica de personitas en yeso y/o en bronce.  Algunas tienen los cachetes rosados, como el autor.

Las pinturas, en cambio, no representan figuras, “no es por ahí…”, dice. Las pinturas son abstractas. No dan muchas pistas tampoco, ni él ni sus títulos. Sus exposiciones, desde la tesis de pregrado, se llaman: tantas pinturas, tantos dibujos, tantas esculturas. Como para que uno no diga, ¡ah!, es sobre esto o sobre esto otro. O, al contrario, justo para que uno diga: ¡ah! Es sobre esto y sobre esto otro.

¿Pero sí será que son abstractas? ¿Será que hay un proceso de mediación intelectual, que sintetiza las formas, se elimina los detalles, o aísla conceptualmente las esencias nouménicas? Tal vez no, al examen resultan más bien concretas, son lo que son, manchas de colores, que a veces ni alcanzan a volverse forma. Entonces tampoco es del todo cierto que no den pistas, sino que no son pistas sobre algo distinto, sobre algo que pase afuera de ellas. Es pintura indéxica y autorreferencial. O sea, vemos las capas, los tiempos, la pincelada, el grumo, la gota, donde puso la manchita. Luego vemos cómo el artista rellenó tiempo después un espaciecito con otro color que nada que ver, y luego tapó todo, no, casi todo, con otro color. Todas esas cosas de las que es mejor no hablar.

Un amigo audiófilo me enseñó a ponerme en triángulo equilátero frente a los parlantes, y ellos ojalá a la misma altura que las orejas (aunque el parlante es mucho más alto que las orejas y distribuye altos medios y bajos por todo el espacio). Los componentes de máxima calidad contribuyen a alcanzar la mejor reproducción. Es posible oír el paisaje sonoro, o descomponer las melodías, los instrumentos, seguirle el rastro a una armonía específica, los detalles más delicados se hacen casi visibles. Una adecuada escucha dejaría una sensación del cuerpo y del buqué de la pieza.

Un color me recuerda mis camisetas de niño. Un color solo no, sino unas combinaciones. Lucas les decía una vez a los estudiantes que si tuvieran el mismo sentido del color para pintar que el que tienen para combinar su ropa, sus obras les quedarían mucho mejor. Ya quisiéramos verlo así, vestido con todos esos colorines con los que pinta. Lucas siempre tan cromáticamente sobrio, tan puesto en el vestir. Como el de Nueve semanas y media, que tenía sus ocho camisas blancas, sus ocho pantalones y sus chaquetas todas del mismo color. Como quien ya tiene solucionado ese tema. No hay que pensar en eso tanto. Pero también es cierto que, de pronto, va y se compra sus tenis bien rojos.

Artistas conceptuales como On Kawara y Daniel Buren también tenían eso de que ya sabían siempre qué iban a hacer. De mucho tiempo atrás. Fechas el uno y rayas el otro. Bueno, On Kawara hasta que se murió, y Daniel Buren hasta que cambió sus rayas verdes por los frondios vitrales de colores que nos dejó y que ni siquiera se atrevió a recoger. Lucas parece establecer ciertas reglas básicas para sus proyectos: eróticos en acuarela, individuales en pincel negro, cocteles en gran formato, políticos con seudónimo. Los que nos ocupan hoy son cuadros, cuadros cuadrados, pequeños, directamente sobre la tela. Dejando un margencito, aplica, cubre, raya y pone manchoncitos redondos, manchoncitos ovalados. Varias bolitas esta vez.

Pero lo que retiene Lucas, que no Kawara ni Buren, es el sagrado espíritu del juego.

Y lo retiene, quiero decir, porque está en el origen, no? El espíritu del juego, del capricho, de la libertad y la expresión, que era precisamente lo que conocíamos y lo que más nos gustaba del arte.

— Juan Mejía

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