Malicia Indígena: recipientes cerámicos de los Alzate y de Pedro Manrique Figueroa

Museo de Arte Moderno de Medellín, Agosto 31- Noviembre 6, 2011

Sala de Exposicioneds Julio Mario Santo Domingo, Universidad de los Andes, Miércoles 13 – 22 noviembre, 2013

CURADURÍA

Grupo de altos estudios  para la desterritorialización de las disciplinas mediante el collage y su horizonte epistemológico (Alejandro Aguilar, Lucas Giraldo, Melissa Martín, Óscar Ospina, Efrén Roldán) GrupLac A1 Catalogación Colciencias. Exposición Indexada en el Registro Nacional de Curaduría, registrada en la Dirección Nacional de Derecho de Autor y autorizada por SAYCO ASIMPRO

ORGANIZAN

Museo de Arte Moderno de Medellín / Museo Universitario de la Universidad de Antioquia / LEAP (Laboratorio de Estudios en Artes y Patrimonio), Facultad de Artes y Humanidades, Universidad de los Andes

MALICIA INDÍGENA, recipientes cerámicos de los Alzate y de Pedro Manrique Figueroa

Las relaciones entre el arte y la ficción han sido constantes. Y una de sus modalidades más habituales es la que acerca ambas prácticas a los dominios de la falsi cación. Desde el arte mimético que es capaz de hacernos creer que lo que vemos es la realidad misma, hasta los intentos más osados de los artistas contemporáneos, la táctica del engaño reaparece en el discurso de las artes.

Fiel a este talante, donde nada es lo que parece, Malicia indígena, recipientes cerámicos de los Alzate y de Pedro Manrique Figueroa, la exposición que se inaugura en el MAMM el próximo 31 de agosto, vincula una serie de acontecimientos verídicos ocurridos en Medellín: la existencia de una colección de cerámicas precolombinas falsificadas por la familia Alzate a finales del siglo XIX y principios del XX, el Festival de Ancón en el municipio de Caldas en 1971, la realización del Primer Coloquio Latinoamericano de Arte No Objetual y Arte Público en 1981 y la aparición del fenómeno del narcotráfico a principios de la década del ochenta en todo el país. Un par de elementos, donde los límites entre realidad histórica y ficción se mezclan, vienen a completar el ya heterogéneo listado de elementos: la obsesión de Pedro Manrique Figueroa, el precursor del collage en Colombia, por el caudillo nacionalista Gilberto Alzate Avendaño (1910-1960) y el interés por las representaciones escultóricas de guras políticas internacionales del totalitarismo, como Hitler, Stalin, Mussolini, Franco.

La historia medellinense de Manrique Figueroa tiene varios movimientos: su arribo a mediados de los años sesenta para entrevistarse con uno de los descendientes de la familia Alzate y aprender las técnicas de la falsificación en cerámica, la asistencia como músico a cionado al Festival de Ancón en el año 71, la participación fallida como artista no objetual en el Coloquio del año 81 y la caída a mediados de los ochenta de un cargamento de cabezas fascistas realizadas en cerámica y rellenas de estupefacientes en el aeropuerto Olaya Herrera. Los personajes mezclan el relato histórico y la novela: Manrique, los Alzate, el experto Leocadio María Arango, el poeta Elkin Restrepo, Gonzalo Caro, Alzate Avendaño, historiadores del arte, críticos, editores, ensayistas, guaqueros y falsificadores pueblan esta fábula construida con piezas de barro, documentos y algo de esa malicia indígena, siempre visible en el montaje artístico local. La parodia arqueológica no sólo ironiza el acto patrimonial, sino que victimiza la teoría y la crítica contemporáneas con sus jergas inaudibles.

La vida de Pedro Manrique Figueroa ha sido larga y fecunda desde su desaparición en época indeterminada, después de que el artista y curador Luis Ospina sacara a la luz en los años noventa su legado y se hubiera convertido en su albacea estético. Su nombre gira en ensayos, artículos científicos e historias del arte, sus exposiciones nacionales e internacionales se han visto multiplicadas de manera exponencial, documentales sobre su vida y obra y diversas obras literarias que se le han dedicado parecen desbordar la realidad de una figura que empezó siendo de papel y, ahora, pasa por el celuloide, las reliquias y la más reciente encarnación en tierras antioqueñas.

Malicia indígena, recipientes cerámicos de los Alzate y de Pedro Manrique Figueroa es un acto soberano de la imaginación donde se nos dice que el oficio artístico (y su vecino, el expositivo) pueden tener en la invención una de sus fuentes más perdurables. Una exposición para leer y observar, para mirar de cerca y después alejarse, para establecer relaciones cruzadas entre épocas históricas. Una exposición que sale y entra en la ficción alternativamente, que crea marcos y luego los destruye, que puede adquirir la apariencia de la realidad documental más contundente, pero a la vez utilizar las técnicas más alabadas del engaño.

— Efrén Roldán / ensayista y crítico

«La historia medellinense de Manrique Figueroa tiene varios movimientos: su arribo a mediados de los años sesenta para entrevistarse con uno de los descendientes de la familia Alzate y aprender las técnicas de la falsificación en cerámica, la asistencia como músico a cionado al Festival de Ancón en el año 71, la participación fallida como artista no objetual en el Coloquio del año 81 y la caída a mediados de los ochenta de un cargamento de cabezas fascistas realizadas en cerámica y rellenas de estupefacientes en el aeropuerto Olaya Herrera.»

«DIAGNÓSTICO: ¿Cómo sufrió este hombre esa curvatura de la columna vertebral? «Estas son las consecuencias orgánicas del eterno saludo de ¡Heil Hitler» (1935), collage de John Heartfield

«servían un mondongo que lo llamaban «el especial», pues debajo del plato venía pegado un paquetico con cocaína»

Esquina norte de la Sala de Exposiciones del Edificio Julio Mario Santo Domingo

Sobre el olfato de Julio Mario Santo Domingo

Con sus amigos pasaba de vez en cuando por el grill La Casbah, que quedaba en los altos del teatro El Mogador, en la calle 23 entre las carreras quinta y séptima. Otro sitio de encuentro era Miranda, un bar de la calle 24 con carrer décima donde tocaba el conocido músico costeño Jimmy Salcedo.

«Bailaba porros, merecumbés, y cumbias. Era muy romántico pero mantenía relaciones intermitentes —recuerda otra amiga de Santo Domingo de la época—. Me mandaba rosas rojas con Pedrito, que yo ponía en las latas de saltinas La Rosa porque solo tenía un florero. Íbamosademás a un bar que estaba encima del Jorge Eliécer Gaitán y alrestaurante Puerta del Sol, cerca al bar Miranda, donde servían un mondongo que lo llamaban «el especial», pues debajo del plato venía pegado un paquetico con cocaína. Quedaba al frente del Miramar, donde trabajaba un pianista francés que traía cocaína marca Merk en unos potes, empacada al vacío, desde Argentina.»

Pedrito Martínez era el fiel chofer de Santo Domingo en Bogotá. Manejaba un taxi Dodge blanco, modelo 66, que tenía un pequeño ventilador montado en el panel de controles. Santo Domingo llegaba a las juntas de Bavaria y de Avianca en el carro manejado por el discreto conductor, quien lo esperaba para luego llevarlo a su apartamento en el edificio Ángel, una construcción de estilo republicano situada en la calle 19, arriba de la avenida séptima, en pleno centro de la ciudad. El edificio Ángel es una de las pocas joyas arquitectónicas de esta zona. Tenía amplios apartamentos que hoy están ocupados por juzgados de familia.

Desde estos tiempos Julio Mario Santo Domingo tenía claro que una de sus principales virtudes de curador personal de su propia fortuna —virtud que la mayoría de los ejecutivos que han trabajado a su lado le reconocen sin reserva— es el olfato para descubrir buenos asesores y colaboradores.

Don Julio Mario, biografía no autorizada, Gerardo Reyes

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