Dar y recibir

Viernes 14 de agosto, 7 pm
El Bodegón (modernidad y sociedad)
Calle 22 # 6-24

0) El país se derrumba, y nosotros, de rumba.

1) El tipo cojeaba, un poco contrahecho, y se le veía habitualmente en cuanto coctel hubiera: no se perdía un lanzamiento editorial ni las exposiciones de la Gilberto Alzate, a donde iba a hacer lobby, saludando a todo el mundo y prometiéndoles a todos que pronto se editaría por fin su nuevo libro de poemas. También se lo encontraba uno por ahí, sentado en un andén, despeinado y más bien sucio, con el aliento agrio y había que hacerle el quite, porque solía estar borracho o enguayabado, y era difícil sacárselo de encima sin tener que darle plata o gastarle una coca-cola.

El tipo andaba siempre con algún libro bajo el brazo: podía ser Rilke o Mallarme, aunque no le faltaba su Balzac o algún Coleridge por ahí. Uno siempre se preguntaba qué era ese hombre, cómo se llamaba y si era un indigente. Sin embargo, sus constantes promesas de poesía en eventos sociales de la más rancia cachaquería lo dejaban a uno con la duda.

El tipo, según parece, es un poeta. Uno de esos que viven rodeados de meseros y mendigos; una figura rara que opone a su andar chueco y a la mugre pegada a su chaqueta de paño un ramillete de sonetos y cosas de esas que los poetas escriben.

Alguna vez vi que, en el periódico, alguien había escrito sobre él, en términos similares a los que hoy lo hago yo.

Pero no estoy aquí para hablar de ese tipo que se la pasa entre copas, libros y andenes. Aunque me intriga esa especie de despropósito que debe ser su vida, dejada a la mano de Dios y a la oferta cultural de una ciudad en la que cada vez es más difícil emborracharse gratis.

2) Este otro, se la pasa también por el centro. Va bien vestido, aunque informal, generalmente con una chaqueta de cuero marrón. Lo he visto en las inmediaciones de la universidad de los Andes y también, cosa rara, en esas mismas inauguraciones a las que asiste nuestro poeta. Parece que el tipo es profesor, que escribe y que, además, se dedica al arte. Como él mismo dice de sí, en tercera persona, “a veces dibuja, a veces escribe”.

Se trata de un hombre de trato cordial y reservado, aunque una vez puesto en ese círculo de artistas y cocteles, lo hemos visto propinar algunas bofetadas que, usualmente, asumen la forma de escritos no muy largos pero sí efectivos, es decir graves, chistosos y algunas veces, poéticos. Escritos que no son un ladrillazo, pero sí esa caída de una matera, con flor y todo, en la cabeza de alguien. Materazos que le han costado risas, insultos y peleas, pero también prestigio, conocimiento y oportunidades. Como quien dice, marrones y tirones.

3) Así pues, nuestro hombre, artista, profesor y escritor, podría definirse, parcialmente, claro, como un “crítico” y, más aún, como un “artista crítico”, categoría consagrada por el arte contemporáneo para intentar definir algo que no me pondré aquí a explicar, empezando por el hecho de que no me siento capaz de hacerlo.

El asunto, para mí, es tan sencillo como endemoniadamente complejo: ¿cómo escribir un texto crítico sobre un artista crítico que expone en el espacio para el cual, cada viernes (aproximadamente) debo escribir un texto? ¿Cómo asumir una postura que me permita escribir de forma crítica sobre algo que ya en sí, supongo, constituye una crítica planteada por nuestro artista – crítico? ¿Cómo saber qué crítica está construyendo este hombre a partir de unos objetos de barro crudo pintados con vinilo que representan a meseros y mendigos? ¿Cómo saber qué intentan decir estos bloques más o menos modelados, según el caso, si la manera en la que constituyen su crítica está lejos del lenguaje crítico usual, es decir, de las palabras? ¿Cómo hace crítica nuestro artista al disponer sobre unas mesitas unas figuras que parecen ofrecer vino y pedir plata? ¿A quién o qué critican? ¿Cómo saberlo sin entrar en un campo de interpretaciones totalmente ajeno a la crítica? Porque claro, podría escribir sobre los mitos judeo-cristianos de la creación, o sobre el Popol Vuh, o sobre el barro como metáfora de la vida, o de la suciedad, o de la pobreza; podría escribir sobre la “fiesta del asno”, ese día que en la Edad Media se consagraba a las licencias carnales de los monjes; o podría hacerlo sobre apartes distintos de la Novela de los tres centavos (a partir de la cual se hizo una opera), texto del que nuestro hombre me habló tangencialmente el otro día. Podría hablar de lo que me diera la gana, en últimas: de mendigos, meseros, inauguraciones artísticas en el centro o instituciones culturales. De artistas que, a punta de tragos y cocteles, arruinan su vida y terminan viviendo en la indigencia. De Rodin o de pornomiseria. De porcelanas de mesa o del estilo de este “artista crítico”.

Sin embargo, todo eso sería pura especulación de mi parte, una especulación que no me cuesta tanto cuando me enfrento a la producción de artistas que no son, necesariamente, “críticos”. Sería una suposición que dice algo que no dicen estas piezas de arcilla, que no dicen las manos de nuestro “artista crítico”. Entiendo que la crítica no dice, ni debe, ni puede decir la obra, eso ya lo ha dicho, de forma mucho más bella, Emmanuel Lévinas. Sé que la crítica debe decir lo otro, lo que la obra no dice. Pero si la obra ya es crítica, es decir, si siempre dice otra cosa que la que parece decir, entonces, ¿qué puede decir la crítica? ¿Qué puede decirle la crítica a nuestro artista crítico? ¿Cómo puede la crítica sacar de sí a un conjunto de pedruscos para obligarlos a decir lo que deberían y no lo que están diciendo?

El problema usual de la crítica es que no toca el mundo, pues construye un halo de representaciones que alejan a los objetos de las condiciones de su existencia material para transformarlos en conceptos, ideas o pareceres. Por eso la figura del crítico es la de un tipo rancio, amargado, rabón y cejijunto, porque en últimas, todo le dice tanto, y él le dice tanto a todo, que ese todo se vuelve nada, una nada intocable, una nada que no hay forma de agarrar, por más que vivamos agarrados con ella. En consecuencia, las materas que deja caer sobre una u otra cabeza terminan siendo un baldado de palabras que solo inmutan a aquellos susceptibles a las palabras, a esos que parecen vivir del qué dirá de la crítica. Es decir, a casi nadie. De repente, hay vino en las inauguraciones artísticas para que los críticos olviden entre un trago y otro la amargura de su oficio, para que apuren, de la mano de un mesero, el trago amargo de su ser más crítico. Y digo “de repente”, porque ya estoy, de nuevo, en el campo de la interpretación.

4) Se trata de unas piezas de arcilla pintadas de blanco que representan a meseros y mendigos. Los meseros parecen ofrecer vino, parecen ocuparse en una u otra labor, parecen, en fin, meseros (que incluso parecen distintos unos de otros: está el que esconde la botella para negar la copa de vino, está el que se sabe rey por administrar el vino que todos le mendigan, están el morboso y el dócil y podrían estar muchos otros). Los mendigos no parecen parecer nada. Simplemente están ahí, sobre la mesa y junto a los meseros, con esa especie de mano extendida con la que piden plata, siendo pura mano pegada a una masa medianamente sin forma. Son, en últimas, como diría cualquier tratado fascista o eugenésico, como diría cualquier señora bien de por ahí, como diría uno cuando lo joden a cada rato pidiendo plata, mendigos).        

5) Me he quedado pensando en un tipo y en el otro, en el poeta y el crítico, preguntándome por eso que los hace parecidos, aunque las diferencias salten a la vista. He amasado un par de ideas, intentando darle forma a ese vínculo entre los personajes sin conseguirlo muy bien, pues el resultado es pobre y más bien abstracto. Mis preguntas flaquean ante mi propia incapacidad de convertir esos dos extremos de una cuerda en algo distinto de un nudo. Nunca tuve, lo que se dice, habilidades para el modelado y siempre, en mis manos, un trozo de barro se ha transformado en una mancha de barro.

Parece que el poeta ha prosperado, pues no lo he vuelto a ver en ningún andén; parece que nuestro artista sigue igual, como igual sigue la crítica, sin nada que hacer ante el mundo real (si es que aceptamos que algo así existe, claro) pero haciendo un montón de cosas de las que no podemos hablar porque ese hablar nunca versa sobre las cosas de las que hablamos. Parece también que yo sigo aquí, como el crítico, como el poeta de antaño y como todos ustedes, mendigando una copa de vino, aunque sea del más barato, o una cerveza al clima, porque el arte, a palo seco, no le dice nada a nadie.

— Victor Albarracín

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