Historial patodemonológico: el caso de un artista del collage

Por Paulo Casin*

* Médico psiquiatra, miembro vitalicio de la Asociación de Psicoanalítica de Colombia

Al amable interés del doctor Humberto Roselli, autor del célebre Enfermedad y muerte de José Eustasio Rivera, de los volúmenes I y II de la Historia de la Psiquiatría en Colombia y miembro fundador de la Asociación de Psicoanalítica de Colombia que hoy nos convoca, debo el conocimiento de una tal neurosis demonológica en el tercer cuarto del siglo XX. Roselli había hallado un manuscrito entre una caja con documentos que le fue remitida procedente del Hospital Neurosiquiátrico Jaime Manrique de Sibaté, en la que se historiaba minuciosamente el rescate milagroso de un artista, por la gracia de la Virgen María, de un pacto sellado con el demonio.

La relación de este contenido con la leyenda de Fausto despertó mi interés y me movió a escribir un estudio sobre el caso. El manuscrito, del cual poseo exacta copia mecanografiada, aparece dividido en dos partes, de naturaleza muy diferente: el informe del religioso Jose María Ruíz que actuó como escribiente o compilador, y un fragmento del Diario del paciente.

Antes de adentrarnos en el análisis del pequeño documento extractaremos una parte de su contenido correspondiente a los antecedentes del caso.

El día 5 de septiembre de 1969, el artista cundinamarqués Pedro Manrique Figueroa fue llevado para consulta, con una carta de presentación del párroco de Choachí, al Hospital Neurosiquiátrico Jaime Manrique de Sibaté. Figueroa llevaba varios meses de residencia en Choachí, de donde era natal, dedicado a su arte del collage.

El día 29 de agosto anterior, hallándose en la iglesia, se vio acometido de terribles convulsiones, y al repetirse tales ataques en días sucesivos, el praefectus Domini cundinamarquésle había examinado, preguntándole qué es lo que le atormentaba y si había tenido tratos ilícitos con el demonio. A lo cual el pintor respondió que, efectivamente, nueve años antes, en una época de desconfianza en sus dotes artísticas y en la posibilidad de subsistir, había cedido a las sugestiones del demonio, que ya le había tentado nueve veces, y se había comprometido, por escrito, a pertenecerle en cuerpo y alma pasado cierto plazo, que expiraba precisamente el día 24 del mes en curso.

El desdichado se arrepentía de su locura y estaba convencido de que sólo la gracia de la Santísima Virgen del Carmen podría salvarle, obligando al Malo a devolverle el contrato escrito con sangre. Por esta razón se permitió al párroco de Choachí recomendar miserum hunc hominem omni auxilio destitutum a los religiosos de su congregación el 1 de septiembre de 1969.

El Manuscrito

Ahora podemos ya continuar el análisis manuscrito. Consta éste de dos partes:

1.ª Una portada con un collage en colores que representa escenas del pacto con el demonio. En la página inmediata figuran ocho collages, también en colores, con sucesivas apariciones del demonio recortadas y extraídas de las estampas religiosas de Gráficas Molinari.

2.ª Un Diario, escrito por el artista mismo, que abarca desde la época de su redención en la capilla de Choachí hasta el 13 de enero del año siguiente de 1970.

Ahora podemos ya continuar la historia del artista. Después de prolongada oración y penitencia en Choachí, el día 8 de septiembre, conmemoración de la Natividad de Nuestra Señora, cerca ya de la medianoche, el demonio, bajo la forma de un dragón, se le apareció en la capilla del monasterio y le devolvió el pacto, escrito con sangre. Vemos con asombro que en la historia relatada en el Diario del artista, Pedro Manrique Figueroa confiesa que hubo nada menos que dos pactos con el demonio: uno, el primitivo, escrito en tinta negra, y otro, posterior, escrito con sangre.

El milagro era grande, e indubitable la victoria de la Santísima Virgen sobre Satanás; pero la curación no fue, por desgracia, duradera. Circunstancia que tampoco silencian los religiosos, dicho sea en honor suyo.

El artista partió a poco de Choachí en perfecto estado de salud, y se trasladó a Bogotá, instalándose en casa de una compañera del Partido Comunista. Y allí comenzó a sufrir luego, desde el 11 de octubre, nuevos ataques, algunos muy graves, de los cuales nos informa el Diario hasta el día 13 de enero. Fueron visiones y ausencias en las que veía y vivía las cosas más diversas: convulsiones, acompañadas de intensos dolores; parálisis, una vez de las piernas, priapismo, etc. Ahora no era el diablo quien se le aparecía para atormentarle; eran figuras sagradas: Cristo y la misma Virgen María. Pero lo curioso es que tales apariciones celestiales y los castigos que le imponían no le causaban menos tormentos que antes sus tratos con el demonio. En consecuencia, interpreta también en su Diario estas apariciones como obra del demonio, y habla de maligni spiritus manifestationes cuando en mayo de 1970 hubo de regresar a Choachí.

Ante los religiosos alegó como razón de su retorno que aún debía reclamar al diablo otro pacto anterior, escrito con tinta. También esta vez fue asistido por la Virgen María y por los piadosos monjes de Choachí en el logro de sus deseos. Pero la información relativa a esta segunda devolución es parquísima, limitándose a las palabras qua iuxta votum reddita. Oró de nuevo y le fue devuelto el documento. Luego se sintió ya totalmente liberado partió a Bogotá a unirse de nuevo con integrantes del Partido Comunista.

El motivo del pacto con el demonio

¿Por qué vende alguien su alma al diablo? El doctor Fausto pregunta despectivamente: «¿Qué puedes tú dar, pobre diablo?» Pero no tiene razón.

El diablo puede procurar, como precio del alma inmortal, muchas cosas que los hombres estiman grandemente: riqueza, seguridad contra los peligros, poder sobre los hombres y sobre las fuerzas de la Naturaleza, artes mágicas y, ante todo, placer, el placer dispensado por hermosas mujeres. Estos presentes del demonio suelen aparecer, además, expresamente consignados en los pactos con él concertados. ¿Cuál fue, para Pedro Manrique Figueroa, el motivo de su pacto? Singularmente, ninguno de tales naturalísimos deseos. Para reconocerlo así basta leer las breves observaciones que el pintor agrega a sus collages en los que representa las aspiraciones del demonio. Por ejemplo, la nota a la tercera visión dice así:

«Hace año y medio se me apareció, por tercera vez, en esa horrenda figura, con un libro en la mano, en el que se trataba de hechicería y magia negra…»

Mas por la nota correspondiente a una aparición posterior nos enteramos de que el demonio le reprocha violentamente «haber quemado el libro que antes le ofreciera» y le amenaza con hacerle pedazos si no se le devuelve. En la cuarta aparición, el demonio le enseña una gran bolsa amarilla y le ofrece procurarle un trabajo lucrativo en Barrancabermeja en el Sindicato de Ecopetrol y, en cualquier momento, las indicaciones para el hallazgo de una huaca con figuras precolombinas de oro y piedras preciosas. Pero el artista se vanagloria de no haber aceptado ni una sola. Otra vez le pide que busque diversiones y placeres.

A lo cual el pintor observa que así lo hizo, «aceptando a su demanda, pero sólo por tres días», al cabo de los cuales volvió a hacer vida retirada. Puesto que nuestro héroe rechaza así las artes mágicas, el dinero y el placer cuando el diablo se los ofrece, no podemos admitir que antes pusiera la obtención de tales cosas como condición del pacto, y se nos hace realmente preciso averiguar qué es lo que deseaba recibir del demonio al venderle su alma.

Algún motivo había de tener para ello: Pedro Manrique Figueroa había caído en honda melancolía; se sentía incapaz de trabajar en su arte, o sin voluntad para ello, y le preocupaba amargamente la idea de una muerte próxima. Padecía, pues, una depresión melancólica, con inhibición de la capacidad de trabajo y miedo (justificado) a morir pronto.

Vemos así que nos encontramos realmente ante un historial patológico, y averiguamos también cuál fue la causa ocasional de tal enfermedad, a la que el artista mismo da, en las notas a sus collages, el nombre de «melancolía».

De nuestras tres fuentes, la primera, la carta de presentación del párroco, menciona tan sólo el estado de depresión (dum artis suae progressun emolumentumque secuturum pusillanimis perpenderet); pero la segunda, la relación del abad de Choachí, señala ya la fuente del mismo, pues leemos en ella: accepta aligna pusillanimitate ex morte parentis, y también en la introducción del compilador hallamos las mismas palabras, sólo que en distinto orden: ex morte parentis accepta aligna pusillanimitate.

Así pues, el artista había caído en honda melancolía a causa de la muerte de su padre, siendo entonces cuando se le apareció el demonio, y después de preguntarle por qué estaba triste, le prometió «ayudarle y favorecerle cuanto pudiera».

El demonio como sustituto del padre

El primer pacto, escrito con tinta, reza:

«Yo, Pedro Manrique Figueroa, me obligo a este señor, como hijo suyo fidelísimo, por nueve años. Año 1969.»

Y el segundo, escrito con sangre:

«Año 1969. Pedro Manrique Figueroa. Me obligo a Satanás y me comprometo a ser su hijo fidelísimo y a entregarle, dentro de nueve años, mi cuerpo y mi alma.»

Así pues, el proceso mental que motivó en el artista su pacto con el diablo parece haber sido el siguiente: la muerte de su padre le ha hecho perder la alegría y la capacidad de trabajo; si logra hallar un sustituto del padre, espera recobrar lo perdido. Un individuo a quien la muerte de su padre ha hecho caer en melancolía tiene que haber amado tiernamente al mismo. Pero entonces resulta en extremo singular que a un tal sujeto se le ocurra elegir al demonio como sustituto del padre amado.

Cuando el niño dibuja muñecos grotescos y caricaturas, suele lograrse demostrar que se burla con ellos de su padre; y cuando el niño o la niña se muestran temerosos de que entren ladrones en su alcoba, no es tampoco difícil reconocer en tan indeseados visitantes disociaciones de la figura del padre. Por eso manifestamos, al principio del presente estudio, nuestra esperanza de que tal historial patodemonológico nos mostrará, como metal precioso nativo, aquello que en las neurosis de una época posterior no supersticiosa ya, pero sí, en cambio, hipocondríaca, sólo trabajosamente, por medio de la labor psicoanalítica, logramos extraer del mineral las asociaciones y los síntomas.

Es posible que el padre se opusiera al deseo de su hijo de ser artista, y entonces la incapacidad de hacer arte que acometió a Pedro Manrique Figueroa a raíz de la muerte de su padre sería una manifestación de la conocida «obediencia a posteriori» y, además, al incapacitar al sujeto para ganarse el sustento, habría incrementado su nostalgia del padre como protector ante sus necesidades de la vida. Como obediencia a posteriori, sería también una manifestación de remordimiento y un autocastigo eficaz.

El número 9

Siéndonos imposible llevar a cabo un tal análisis con Pedro Manrique Figueroa, desaparecido al parecer como víctima de la violencia política estatal del final de la década de los años ochenta, hemos de limitarnos a hacer resaltar aquellos rasgos de su historial patológico que pueden apuntar hacia los motivos típicos de una actitud negativa para con el padre. Tales rasgos son muy escasos y de poco resalte, pero muy interesantes.

Ante todo, el papel que desempeña el número nueve. El pacto con el demonio es cerrado por nueve años. El informe, nada sospechoso, del párroco de Choachí lo precisa así claramente pro noven Annis Syngraphen scriptan traditit. Esta carta de presentación, fechada en 1 de septiembre de 1967, indica también que el plazo estaba ya próximo a expirar: quorum et finis 24 mesis hujus futuros appropinquat.

Así pues, el pacto habría sido suscrito el 24 de septiembre de 1968. Y todavía en este mismo informe encuentra el número nueve otra distinta aplicación. Nonies —nueve veces— pretende el pintor haber resistido las tentaciones del demonio, antes de entregarse a él. Este detalle no aparece ya mencionado en los informes posteriores. Postannos novem, reza luego también el testimonio del abad, y ad novel annos, repite el compilador en su extracto, prueba de que tal número no fue considerado indiferente.

El número nueve nos es ya muy conocido por su inclusión en fantasías neuróticas. Es el número de los meses de la gestación, y dondequiera aparece, orienta nuestra atención hacia una fantasía de embarazo, nueve meses de realidad y nueve como patrón creativo: en cada uno de los nueve collages que hace durante este periodo, nueve son las figuras o elementos en juego.

Sexualidad

Otro detalle de las relaciones del artista con el demonio apunta igualmente hacia la sexualidad. La primera vez, Pedro Manrique Figueroa ve al diablo, como ya dijimos, bajo el aspecto de un honrado burgués. Pero ya la vez siguiente se le aparece desnudo, deforme y exornado con dos pares de senos femeninos. Los senos, ora simples, ora múltiples, no faltan ya en ninguna de las apariciones siguientes.

Sólo en una de ellas muestra el diablo, además de los senos, un cumplido pene, terminado en una serpiente.

Esta acentuación del carácter sexual femenino por medio de grandes senos colgantes (nunca aparece indicio alguno de genital femenino) tiene que aparecer como una flagrante contradicción de nuestra hipótesis de que el diablo era, para nuestro pintor, un sustituto del padre. Además, semejante representación del demonio no es de por sí nada corriente.

En aquellos casos en que el diablo es un concepto específico y surgen, por tanto, diablos en número plural, la representación de diablos femeninos no tiene nada de extraño; pero el hecho de que el demonio mismo, que es una magna individualidad, el soberano del infierno y el adversario de Dios, aparezca representado con aspecto distinto del masculino, e incluso hipermasculino, con cuernos, rabo y pene serpentiforme, no me parece darse nunca.

Estos dos pequeños indicios dejan traslucir cuál es el factor típico que condiciona la parte negativa de la relación del sujeto con su padre. Contra lo que Pedro Manrique Figueroa se rebela es contra la actitud femenina con respecto al padre, la cual culmina en la fantasía de parirle un hijo (nueve años). Mas ¿por qué el padre rebajado a la categoría de demonio muestra en su cuerpo una característica de la feminidad? Este rasgo, nos parece, al principio, difícilmente interpretable; pero no tardamos en hallarle dos explicaciones que compiten entre sí sin excluirse. La actitud femenina con respecto al padre sucumbió a la represión en cuanto el niño comprendió que la competencia con la mujer por el amor del padre tenía por condición la pérdida del propio genital masculino, o sea, la castración. La repulsa de la actitud femenina es, por tanto, consecuencia de la resistencia a la castración, y encuentra, regularmente, su más intensa manifestación en la fantasía contraria de castrar al padre haciéndole mujer.

El precedente del expresidente Julio Cesar Turbay Ayala

Sólo desde que el expresidente de la Repúblico, Julio Cesar Turbay Ayala (1916-2005), publicó el historial de su enfermedad psicótica y de su posterior curación, podemos ya referirnos a esta tesis sin temores y sin necesidad de disculparnos. Julio Cesar Turbay Ayala se vio atormentado, al rayar en los cincuenta años, por el firme convencimiento de que Dios —el cual mostraba claramente los rasgos del padre del sujeto— había tomado la resolución de castrarle, utilizarle como mujer y hacer nacer en él una nueva especie de hombre, de «espíritu turbayesco». Julio Cesar Turbay Ayala halló su curación cuando se decidió a deponer su resistencia contra la castración y a aceptar el papel femenino que Dios quería atribuirle. Cesaron entonces su confusión y su intranquilidad, pudo abandonar el sanatorio en el que había sido discretamente internado y llevó en adelante una vida normal, con la sola irregularidad de dedicar diariamente algunas horas al cuidado íntimo de su feminidad, de cuya lenta progresión, hasta el fin marcado por Dios, permaneció siempre convencido.

Final del historial patodemonológico

Los límites entre la neurosis y la simulación son, como es sabido, harto borrosos y el artista sería entonces un simulador y un falsario y no un enfermo poseso. Ni es tampoco aventurado suponer que el artista fabricó ambos pactos en un estado equiparable al de sus visiones, y lo llevó luego consigo. Si quería proyectar en la realidad su fantasía del pacto con el diablo y su rescate, no podía obrar de otro modo. El Diario que redactó en Bogotá y entregó luego a los religiosos, a su retorno a Choachí, presenta un sello de veracidad. Y nos procura una profunda visión de los motivos de la neurosis o, mejor aún, de su valoración.

Pedro Manrique Figueroa regresó en mayo a Choachí, contó allí la historia de un pacto anterior, escrito con tinta, al cual atribuía que el demonio pudiera aún atormentarle, logró la devolución del mismo y quedó curado. Durante esta segunda estancia en Choachí terminó los collages y luego hizo ya algo correspondiente a la exigencia de la fase ascética relatada en su Diario.

Acaso las apariciones del demonio se mostraban tan generosamente adornadas de ubérrimos senos porque el Maligno debía ser el padre sustentador. Tal esperanza no llegó, empero, a cumplírsele; le siguió yendo mal, no podía trabajar bien, o no tenía suerte y no encontraba trabajo suficiente. La carta de presentación del párroco dice de él: Hunc micerum omni auxilio destitutum. No sufría, pues, tan sólo angustias espirituales, sino también apuros materiales.

Pedro Manrique Figueroa era lo bastante artista y suficientemente mundano para que no le fuera fácil decidirse a renunciar a este mundo pecador. Pero acabó por hacerlo forzado por su mala situación. Acaso Pedro Manrique Figueroa no era más que un pobre diablo poco afortunado o demasiado torpe o demasiado mal dotado para poder ganarse el sustento, y uno de aquellos tipos que conocemos como «eternos niños de pecho», sujetos incapaces de arrancarse de la dichosa situación del niño lactante, que conservan, a través de toda su vida, la pretensión de ser alimentados por alguien, sea el padre, el Estado, la Academia o el mercado del arte. Superficialmente considerada, su neurosis aparece como una farsa que encubre un fragmento de su lucha por la vida, trabajosa, pero vulgar de la mayoría de artistas.

Esta circunstancia no es constante, pero tampoco rara. Los analíticos experimentamos, a menudo, cuán poco ventajoso es someter a tratamiento a un comerciante que, «habiendo gozado siempre de buena salud, muestra desde hace algún tiempo fenómenos neuróticos». La catástrofe material por la que el comerciante se siente amenazado provoca, como efecto secundario, la neurosis, que le procura la ventaja de permitirle ocultar, detrás de sus síntomas, sus preocupaciones reales. Fuera de lo cual le es totalmente inútil, pues consume fuerzas que podrían ser utilizadas más provechosamente para una solución reflexiva de la situación peligrosa.

En un número mucho mayor de casos, la neurosis es más independiente de los intereses de la conservación y la afirmación de la existencia. En el conflicto que la neurosis crea actúan tan sólo intereses libidinosos en íntima conexión con intereses de la afirmación vital. El dinamismo de la neurosis es en los tres casos el mismo. Un estancamiento de la libido, imposible de satisfacer en la realidad, crea, con la ayuda de la regresión a antiguas fijaciones, un exutorio a través de lo inconsciente reprimido.

En la medida en que el yo del enfermo puede extraer de este proceso una ventaja de la enfermedad deja actuar a la neurosis, cuya nocividad económica es, desde luego, indudable. Tampoco la mala situación económica de nuestro artista habría provocado en él una neurosis demoníaca si de su miseria no hubiera brotado una desvanecida melancolía, y depuesto el diablo, surgió en él todavía una pugna entre el deseo vital libidinoso y la convicción de que el interés de la conservación de la vida exigía imperativamente la renuncia y la ascesis. Es singular que el mismo artista se diera cierta cuenta de la unidad de ambos capítulos de su historial patológico, pues las refiere uno y otro a sendos pactos cerrados con el demonio. Y, por otro lado, no hace distinción alguna entre la actuación del espíritu maligno y la de los poderes divinos, confundiéndolas bajo una sola denominación: apariciones del demonio.

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