El pistolero de Siqueiros
Fernando Oramas



















































































SOCIALES Y ANTISOCIALES






SOCIALES (y ANTISOCIALES)













































CRÍTICA
El pistolero de Siqueiros
“… soy sabio porque sigo la Naturaleza como la mejor de las guías y la obedezco como a un dios; y como ella ha bien planeado los otros actos del drama de la vida, no es probable que haya descuidado el acto final como si fuera una dramaturga negligente”.
—Cicerón. Catón el viejo o Sobre la vejez
Después del párrafo que encabeza este texto, Cicerón compara la vida de los humanos con las cosechas de una fruta o de algún grano. Al final de la vida, nos dice, los hombres estamos arrugados y tendemos a caernos, tal y como le sucede a peras y manzanas, a duraznos y cerezas.
Lo de las caídas es terriblemente cierto. Son muchísimos los ancianos que empiezan su camino a la tumba con un resbalón en la ducha. Lo de las arrugas también es cierto, aunque no es tan terrible.
Una de las cosas interesantes de esta metáfora es que, al ver tirado en el piso un durazno arrugado, es posible imaginárselo en su estado anterior. Imaginárselo en el árbol, todo rozagante y fresco. O, antes aun, como una flor rosada y tierna, irresistible para abejas y colibrís.
En el caso que nos ocupa, no hay necesidad de imaginarnos ese durazno porque está a la vista; los humanos, a diferencia de frutas y legumbres, tenemos la peculiaridad de ir dejando rastros de nuestro paso por la vida y la exposición nos muestra algunos de los rastros que Fernando Oramas dejó.
Podemos ver lo que pintaba y dibujaba, claro, aunque también hay ejemplos más mundanos de su paso por este planeta. Hay una fórmula médica que ordena tersamente unos exámenes; fotos de alguna fiesta con niños y otra con sus amigos; fotos del maestro cruzado de brazos frente a un cuadro colorido o del pintor en acción, enfrentándose dramáticamente a un lienzo frente a unos cerros orientales oscuros y despelucados, sin domesticar aún.
También está su paso por los periódicos de la época, con perfiles en El Pueblo de Cali (1978), en las Lecturas Dominicales de El Tiempo (en 1979), en La Prensa (en 1988), donde se habla invariablemente de su sentido del humor (Antonio Cruz Cárdenas habla del “benévolo humor suyo un poco triste”), de cuánto le gusta fumar marihuana, de sus opiniones frente a los temas del día, de su irreverencia.
De uno de estos perfiles sale el títlo de esta exposición, el apodo que según él le habían puesto en su etapa mexicana, cuando era ayudante del muralista David Alfaro Siqueiros.
Las caricaturas de la exposición –publicadas en El Periódico, Voz Proletaria y Telemundo– muestran una línea diestra aunque es difícil juzgar su agudeza o sentido del humor, son comentarios a hechos demasiado lejanos. En cambio los bocetos juguetones y sin propósito se ven aún vivos, son las flores del durazno ignoradas por pájaros y abejas, que nunca se transformaron en otra cosa y que, quizás por eso, mantienen su frescura.
Una de las piezas que más me conmovió fue un video en donde el maestro Orama va a un centro cultural a firmar un mural que había hecho años antes. Hay bullicio y confusión y un tumulto de gente rodea al artista que luce un poco abrumado entre tanto ruido. Comienza a firmar el mural, pero sufre dos percances. Primero lo traiciona el pulso y luego el pincel, que se queda sin tinta.
Pensé que era un recordatorio: si se quiere firmar las obras, más vale hacerlo pronto. Porque la tinta, igual que los duraznos y las personas, no dura para siempre.
—Manuel Kalmanovitz G.