Una visita al glamour
Rosita Alfonso e hijo
















SOCIALES (Y ANTISOCIALES)


































































Un pantalón capri, que por su corte y tejido es cómodo, incluso en los calurosos climas tropicales, es una pieza creada para el duro ajetreo que una marchante revolucionaria debe enfrentar. Intensamente rojo, como el buzo acá presentado (aunque su cuello de tortuga es bastante fresco), el conjunto llama a la acción, a la marcha y a la lucha por los ideales de una comunidad igualitaria en América Latina.

Un chaleco con grandes botones y una falda, ambos hechos en paño espina de pescado, son acompañados de una cómoda y elegante blusa de cuello anudado. El conjunto está pensado en colores cemento y ladrillo para que haga una suerte de “mímesis” con un edificio diseñado por Salmona, haciendo que, al menos en el terreno de la visión, curadora y museo combinen armónicamente.

Los reflejos de la luna sobre el río de la plata son la inspiración para ésta pieza, un elegante vestido de un solo corte pensado para las exquisitas reuniones sociales de artistas, políticos, empresarios y otras personalidades de la culta e irresistible Buenos Aires, cuna de muchos de los intelectuales latinoamericanos más influyentes del siglo XX.


Heredero de una tradición de abstracción geométrica formada desde los años 60’s, Carlos Rojas retoma patrones cromáticos de los paisajes de la sabana de Bogotá para elaborar sus famosos Horizontes. Dichas pinturas nos regalan la secuencia de líneas y colores para elaborar estas ruanas romboidales que unen de un golpe tradición artesanal con la más sobresaliente vanguardia conceptual. Elaboradas en tres puntadas (croché, dos agujas y telar), cubren casi por completo a quien las usa, haciendo del cuerpo una pieza más del paisaje, atravesando de lado a lado al ser con el lugar.
CRÍTICA
Yo les barro el andén, pero no me pongan a dibujar tristezas
La pasarela, glamorosa, expone las edades, los momentos del trabajo, la maternidad, la fiesta y el frío. Son las pintas de una mujer moderna que encontró en la moda una aliada para presentar una imagen versátil de sí misma. Pantalones capri para “el duro ajetreo de la marcha revolucionaria”, sastre de paño color cemento en paño espina de pescado y blusa naranja para hacer juego con el recién fundado Museo de Arte Moderno de Bogotá, un vestido de maternidad de corte marinero y color azul Klein que “remite a la esperanza, lo hermoso y lo infinito” y un coqueto diseño entallado de seis botones con falda ceñida al cuerpo para pasearse, cual flâneur, por las calles parisinas luego de una inspiradora clase con Francastel.
Marta Traba era su personaje favorito. Cuando niña, en Zipaquirá, Rosita Alonso anhelaba que llegara la noche para correr donde la vecina que tenía televisión. Allí presentaba su programa de apreciación del arte la historiadora de arte argentina y magnetizaba a los espectadores. “Creo que no he admirado a nadie más sino a ella”, confiesa esta madre-modista-repostera, hoy curadora de Una visita al glamour, expuesta para los setentas de Las Edades. A Rosita le fascinaba su elegancia, para hablar y vestir. Hoy, sabe que mucho de lo que aprendió y sabe hacer fue inspirado en Traba.
Pese a las vueltas que le dio la vida, el arte nunca desapareció del todo de su cotidianidad. Se siente cuando habla, cómo habla. Por la forma cómo observa. “Este artista se trajo a la familia para mostrarla”, dice graciosamente al mirar una exposición de retratos. Habla del ‘arrume’ de Danilo Dueñas; dice que para enseñar arte, empezaría por el arte de cocinar, luego el de tener hijos y suelta que se imaginaría a la Mona Lisa con otro traje. Todo se lo celebra su hijo William Contreras, artista plástico de los Andes, con quien organizó esta muestra y quien le dio un marco preciso a esta exposición: todo hombre es un artista. “Me impresiona que una persona con una instrucción tan distinta llegue a una conclusión idéntica”. Se refiere a la referencia del “profe” Joseph Beuys, como lo llama con devoción y a la manera como su mamá se acerca al arte, con más entrañas que teoría. “Mira la relación que tuvo con el fieltro, con el vestido y su animal favorito eran los patos, ¡como el tuyo!”, le señalaba con emoción.
El límite de qué es arte resulta estrecho cuando estos dos artistas despliegan una enorme ruana a rayas, la enmarcan y la titulan Homenaje a Carlos Rojas, pues claramente es una gran pieza. Ello, con las ocurrencias, originales y amorosas, de doña Rosita, grabadas durante la exposición Joseph Beuys, el enseñar como arte, revelan una mirada amplia que nos invita a cuestionar dónde pararse para calificar lo que es o no la experiencia estética y a quién le corresponde delinearla. Esta generosidad frente a cierta arrogancia intelectual resulta iluminadora en este ejercicio de curaduría. “Bajar el arte es elevar la vida –dice William-. Hacer el desayuno puede resultar muy artístico y, aunque haya violencia política en Uganda, si estoy sediento y me dan un jugo de naranja, es el paraíso. Vivir es sumamente artístico”. Pero no vivir por vivir, ni comer por comer, le responde su buena madre. Ella sabe lo que es “arte de verdad verdad”: la exquisitez por el detalle. Sea haciendo un títere o las galletas que les ofrecían a los visitantes. Parece, en todo caso, una experiencia feliz para esta pareja que encontró en el arte una manera de hacerse compañía y una retribución a tantos momentos memorables al lado de Marta Traba. Porque, eso sí, doña Rosita lo tiene claro: “Yo les barro el andén, pero no me pongan a dibujar tristezas”.
—Dominique Rodríguez Dalvard