Realidad de la vida

Exposición en Galería Las edades

50 a 60 años

A los 50 es claro que el tiempo que resta de vida es menor al que se ha vivido. El paso de joven promesa del arte nacional a generación intermedia fue más rápido de lo pensado; y sí, hay un balance de reconocimientos, de suerte y mercadeo, una  que otra mención de honor, uno que otro premio. Es la edad en que se han sumado carambolas en algunas bienales y llegan las exposiciones monográficas y hagiográficas. “Tus triunfos, pobres triunfos pasajeros”, dice la letra de un tango. Para el artista cada acto consagratorio tiene algo de velorio anticlimático y al mirar a los ojos a la medusa de la historia del arte, uno que otro miembro se petrificó. Para esos artistas la ansiedad de preseas es tal que, cuando llegan deshidratados al podio, la pócima del éxito los ha dejado con más sed y creyéndose triunfadores caminan condenados en una inane maratón de cabildeo social.

En otros artistas la respiración normal de la inteligencia exige ejercicios de ventilación para que algunas zonas del cerebro se oxigenen y se den auspiciosos comienzos. Comenzar es fácil, lo difícil es encontrar el lugar inexplorado, llegar a territorio virgen; lo que antes era un juego serio ahora se convierte con más prontitud que antes en una ceremonia solemne, fácil es el engaño y más aun el autoengaño. Tal vez un artista no tiene mucho que decir, solo dice lo mismo una y otra vez, cambian las formas y el envase pero no el contenido. Lo único que puede  salvar en esa patética y árida llanura es el corcel de la risa, una bestia capaz de saltar los muros de las ideas fijas. Pero a estas alturas pocos son capaces ya de cabalgar más temerarios que valientes, como antes. La solemnidad se los impide, se resguardan con temor de lo banal y mundano que hay en una contenida carcajada. Desconocen que las riendas de la risa están hechas con el cuero de la ética.

Muchos artistas, atrapados en el tiempo, ahora no encajan en la franquicia comercial del momento, la del “arte contemporáneo” para estos tiempos, y enmarcan su trabajo como crítica a lo moderno, traicionándose a sí mismos en aras de lucir inteligentes. Los tiempos cambian, cada generación quiere atribuirse mejores defectos o peores atributos que la generación anterior, una forma narcisista y esnob de hacerse interesantes, pero cuando los hombres se inventan categorías, los dioses eternos del lenguaje las borran y confunden. Tal vez algún día llegue una nueva categoría que reemplace a esa que pensó el mercado para pensar el arte y hacer que los que piensan el arte piensen que no los está pensando el mercado. Es posible que ese día se dejé de hablar de “arte contemporáneo” y se diga “arte” a secas, o si algún tonto necesita explicaciones, se le diga en mayúsculas, itálicas, en negrita y encomillado:

“ARTE ATEMPORÁNEO.”

[Fragmento del texto Las edades del artista]

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