Pequeña alma, Errante
David Anaya






























SOCIALES (Y ANTISOCIALES)




















CRÍTICA
Nombrar para provocar
Hace falta pensar el título de esta exposición: Pequeña Alma, Errante.
Pero antes de esto, hace falta pensar en cómo los títulos además de separar y nombrar las obras, también cumplen la función de guiar al espectador, y, en el mejor de los casos, de llegar incluso a cuestionarlo.
Yo cuestiono el título de esta muestra, pues parece traicionar un poco su fuerza, la potencia del conjunto en el espacio, su insistencia itinerante. Este título arcano y escurridizo, apela en primer lugar a un adjetivo (“pequeña”) que parece menguar a priori la tenacidad de este artista en su oficio. Por otro lado, si se revisan algunos sinónimos de la palabra “errante” (inestable, errático, vagabundo), se hace evidente el ardid de todo buen título: provocar cierto tipo de lectura.
Y es precisamente este pretendido bajo tono del título lo que más me inquieta de esta exposición.
Ahora, de lo que no cabe duda, es que hacer una exposición individual retrospectiva no es poca cosa. Hace falta contar con un cuerpo de obra coherente y sobre todo suficiente para poder escoger un conjunto, cuyos componentes habiten el espacio adecuadamente. Hace falta escoger, enmarcar los dibujos, terminar las pinturas, precisar cada una de las fichas técnicas, reagrupar, lidiar con las ideas preconcebidas, hacer rupturas, escribir, reescribir, sumar, restar. Para armar una exposición así, el alma debe decidir, trabajar y sobretodo persistir. Procurar no errar y si atinar.
Parece como si David Anaya quisiera confundir a algún espectador incauto y entonces mimetizar su naturaleza comprometida e incansable, con un título que va casi en contravía de la obstinación y la visceralidad que se lee —sobre todo— en su actitud frente al trabajo. En esta muestra hay papel, fundición en metal, óleo sobre lienzo, cerámica, riesgo, fragmentos de mosaico; hay tinta, cemento blanco, indefinición, brochazos burdos, espacios vacíos, crudeza, áreas saturadas, líneas ínfimas, pastel graso, esmalte, alas de mariposa. Y si bien es posible entender esta promiscuidad como un peregrinaje a través de las técnicas, como una actitud errante, yo creo que resalta mucho más el vigor general y la actitud incitante del conjunto (nada pálida, nada rígida, nada incapaz). Ahora, esta fuerza plural que señalo, parece desvanecerse un poco cuando se abordan las obras separadamente, y aquello que en apariencia (y en conjunto) parece funcionar, se resquebraja un poco si se atienden ciertos detalles y acabados. De ahí, insisto nuevamente, la importancia de reconocer esta exposición ante todo como una actitud que trasluce un compromiso indiscutible y nada pequeño de este artista con respecto al oficio del arte.
Esta exposición es el emblema de una búsqueda permanente alrededor de los límites y la capacidad de resistencia de los objetos, las formas y los eventuales alcances del lenguaje. Y es por su insistencia y su tenacidad experimental que me resisto a considerar a David Anaya como una pequeña alma errante.
—Juana Anzellini
POSTDATA
(Transcripción de una de las paredes del espacio de exposición):
Animula, vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut solis, dabis locos…
Pequeña alma, errante, blanda
Huésped y amiga del cuerpo
¿Donde moraras ahora
Pálida, rígida, desnuda
Incapaz de jugar como antes?
—P. Aelius Hadrianus, Imp.
(El poema es del emperador romano Adriano y está tallado en la piedra de su mausoleo)